Fernando
Gerbasi
@fernandogerbasi
La elección de Donald
Trump como 45º presidente de los Estados
Unidos ha generado una profunda incertidumbre a nivel mundial como consecuencia
de las propuestas que formulara durante su campaña electoral y que ratificara,
el pasado viernes 20 de enero, durante su toma de posesión presidencial. Una
vez más su discurso fue profundamente populista y nacionalista, no dejando
dudas sobre los posibles daños colaterales que su gobierno generará, tanto en
lo interno como en lo internacional.
Los Estados Unidos,
como potencia vencedora de la segunda guerra mundial, fue factor indiscutible
en las decisiones adoptadas con relación al nuevo orden mundial liberal
occidental que se estableció. Ahora Donald Trump parece destinado a echarlo por
tierra, pero al mismo tiempo que lo ataca en la esencia de sus valores liberales
no propone formulas de recambio.
En sus planteamientos
ha puesto en duda el sistema de defensa colectiva que representa la Organización del Tratado
del Atlántico Norte, OTAN. Es fundamentalmente contrario al libre comercio y
anuncia al respecto un conjunto de medidas proteccionistas donde destacan la
renegociación o salida de su país del NAFTA, así como del Acuerdo Transpacífico
de Cooperación Económica, en sus siglas en inglés el TPP, o la subida de
aranceles para los vehículos de terceros países. Es contrario a una Europa
unida y fuerte y por ello apoya el Brexit,
y predice que lo decidido por los ingleses en referendo será seguido por
otros países europeos y critica directamente, calificándolo de grave error, la
política de apertura de la Canciller Merkel frente a la reciente ola migratoria
hacia Europa procedente de África, Medio Oriente y parte de Asia.
Rusia y Putin sí encuentran en Trump un nuevo e importante aliado. Aún desconocemos hasta dónde
podrán llegar esas posibles alianzas y entendimientos bilaterales con efectos y
repercusiones geopolíticas importantes. Con China la situación es todo lo
contrario pues no ha sido bien visto, por parte del gobierno de este país, el acercamiento de Trump a los gobernantes de
Taiwán. Además, es casi segura una posible confrontación entre los dos países
por la oposición mostrada por el futuro Secretario de Estado, en su
comparecencia ante el Senado, al programa chino de construcción de islas en el
mar del Sur de China cuando indicó que le dirán a los chinos que “no les van a
permitir el acceso a esas islas”.
Trump no tiene una
política exterior definida frente a la América Latina. No obstante, sus políticas y propuestas en materia de
inmigración han tenido ya un efecto negativo sobre México, provocando cambios
en el gobierno, la devaluación del peso mejicano y la cancelación de
inversiones extranjeras que ya estaban programadas. Todo indica que esta
relación bilateral tenderá a degradarse afectando adversamente a México y con
consecuencias impensadas, desde el punto de vista geoeconómico y político, en
gran parte de la región latinoamericana.
Otro país clave en la
relación regional es Cuba. No cabe duda que la política de apertura, distensión
y normalización de las relaciones bilaterales emprendida por la Administración
Obama se verá seriamente afectada, particularmente por la influencia que
importantes senadores republicanos de origen cubano, que no son pocos, tendrán
en la formulación y ejecución de la política exterior de la nueva
administración norteamericana. Empero, en las relaciones internacionales
siempre hay sorpresas y aquí pudiera haber una.
En lo que respecta a
Venezuela es poco lo que hay que esperar del nuevo gobierno norteamericano,
nuestro país no está entre sus prioridades. Posiblemente los nuevos
responsables del Departamento de Estado
prosigan la política de status quo emprendida por Obama y buscada a través del
diálogo entre gobierno y oposición. Por ello, pensar en una intervención
abierta en defensa de la restauración de la democracia en Venezuela, o de una quimérica
intervención tipo Panamá, son elucubraciones de ilusos y neófitos en política.
La crisis venezolana solo puede y debe ser resuelta por los venezolanos y
posiblemente lo será a través de una solución inédita, tal como lo viene advirtiendo
desde hace años el veterano político Pompeyo Márquez. Ciertamente el apoyo de
la comunidad internacional a la solución que alcancemos los venezolanos es
importante, pero este apoyo se debe fundamentar en una denuncia unitaria
opositora de la dictadura que gobierna a Venezuela, de la violación constante de
los derechos humanos, de las nefastas políticas públicas puestas en práctica
que han sumido al país y a la ciudadanía en la peor crisis política,
social y económica que hayamos conocido.
Lo que más preocupa,
teniendo en cuenta lo que los Estados Unidos representan en la escena
internacional, es el populismo así como el nacionalismo que caracteriza a las
propuestas de Trump. Ellas han
encontrado suelo fértil en los ultra nacionalistas europeos que ven con su
arribo a la presidencia la llegada de una nueva era a nivel mundial. En una
reunión celebrada en la ciudad de Coblenza, un día después de la toma de
posesión de Trump, los lideres ultra nacionalistas de Francia, Alemania,
Holanda e Italia, eufóricos decretaron, por boca de Marine Le Pen, que “asistimos al fin de un mundo y al
nacimiento de otro”. Es grave tener conciencia que la señora Le Pen, con toda
seguridad, pasará a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales
francesas que tendrán lugar el 23 de
abril de este año.
Es alarmante el auge
del populismo a nivel internacional. Lo encontramos presente en muchos países
europeos, en Turquía, en Asia, en Latinoamérica y ahora en los Estados Unidos.
Por ello, si bien los líderes son representativos e imprimen carácter al
movimiento, preocupa aún mucho más los millones de ciudadanos que apoyan estos
movimientos. El Foro Económico Mundial
de Davos, que poco o nada se había ocupado de estos asuntos ahora sí lo hace y
encuentra que la razón de ser de estos movimientos está en que los gobiernos,
especialmente los de los países desarrollados,
no escuchan ni se preocupan de las clases medias de sus países; sus
políticas están particularmente dirigidas hacia las minorías discriminadas, los
más pobres y ahora los inmigrantes y como las clases pudientes no requieren de
asistencia alguna, la desigualdad social se hace cada vez más pronunciada en
detrimento, principalmente, de las
clases medias que son la base y sustento de las sociedades modernas y de la
democracia.
Todo lo anterior nos
hace vislumbrar unos años bastante turbulentos en las relaciones internacionales,
y con toda seguridad serán años de cambios en el orden internacional,
posiblemente profundos y con toda seguridad no positivos. En este contexto
la región latinoamericana sufrirá los daños colaterales que estos
cambios provocarán en los grandes equilibrios mundiales.
22 de enero de 2017.
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