domingo, 23 de octubre de 2011

Dónde estamos y hacia dónde vamos.

Fernando Gerbasi


Mucho se comenta, se discute y se escribe sobre los cambios paulatinos que se están dando a nivel de las relaciones internacionales. Para algunos pocos, nos encontramos frente el fin de los Estados Unidos como primera potencia mundial o,  aún más, frente a la “crisis terminal” de un patrón de crecimiento neo liberal. Para otros, los Estados Unidos están pasando por un proceso de reacomodo interno que le permitirá, en un tiempo prudencial, retomar el liderazgo que hasta ahora han ejercido.

Tengan razón unos u otros, lo cierto es que el sistema de relaciones internacionales está en proceso de transformación y ello como consecuencia de las siguientes razones, que no se presentan con orden de prelación.

En primer lugar, los Estados Unidos, a pesar de seguir siendo la primera potencia económica y militar, pierde cada vez más influencia política mundial como consecuencia de sus problemas domésticos, incluyendo, muy especialmente, los de carácter político.

En segundo lugar, han surgido nuevos actores internacionales –los llamados países emergentes o BRICS, a saber, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- con capacidad de acción mundial o regional, pero aún no se les ha dado la posibilidad de asumir adecuadamente sus responsabilidades y hacerse coparticipes de decisiones internacionales que atañen a todos por igual, especialmente cuando reconocemos que vivimos en un mundo globalizado e interdependiente.

En tercer lugar, frente a los graves problemas de paz y estabilidad a nivel mundial, constatamos que carecemos de liderazgos internacionales fuertes, con ideas profundamente arraigadas en valores democráticos ampliamente aceptados y capaces de alcanzar concertaciones y entendimientos en favor de la paz y estabilidad mundial, del desarrollo y progreso de las naciones, en el marco de un nuevo sistema internacional. Ello, por que prevalece el pragmatismo, ya sea por razones ideológicas o por simples razones económicas.
En cuarto lugar, han ocurrido, recientemente y alrededor del mundo, revueltas y revoluciones de la mayor importancia que nadie esperaba, a través de las cuales los ciudadanos han exigido, especialmente los jóvenes, en unos caso mayor libertad y democracia, o mayor justicia social  y en otros, una democracia en la que se tomen en cuentan las circunstancias de los ciudadanos y su reacción frente al dominio y omnipresencia del sistema financiero y las grandes corporaciones. Son ejemplo de ello la llamada “Primavera Árabe”, o las revueltas en Israel o el Movimiento de los Indignados en España, por citar los casos más relevantes.

La verdad es que estamos avanzando hacia un orden internacional fundado en la multipolaridad, por lo que es primordial que los mecanismos internacionales de toma de decisiones sean objeto de una profunda reingeniería para dar cabida, por una parte, a los países emergentes y por la otra, a ese gran número de “partes interesadas” representadas a través de ONG, academias, corporaciones, gobiernos regionales, etc.

Lo que es cierto es que de un mundo como el del siglo pasado, dominado por la omnipresencia de un pequeño grupo de países, Estados Unidos, la URSS, Japón y unos pocos europeos, estamos dando paso a otro multipolar, donde lo esencial será el diálogo, la concertación y la acción política en conjunto.

La América Latina a pesar de sus riquezas naturales y la que ha generado como consecuencia del progreso económico sigue siendo esencialmente un continente donde prevalece la desigualdad. Atraviesa, en términos generales, por crisis de gobernabilidad, consecuencia de las protestas sociales que están a la orden del día, por crisis de los partidos, por la presencia en la región, de manera patológica, del narcotráfico y la corrupción y a la incapacidad de los sistemas políticos tradicionales para manejar y dar respuesta asertiva a estas coyunturas de ruptura. Aquí encontramos en mucho la razón para el surgimiento de gobiernos populistas o de izquierda.

Pero constatamos también que la América Latina busca, en conjunto,  una senda de equilibrio social, prosperidad generalizada, consolidación democrática, fortaleza institucional, avance científico y tecnológico, protección del medio ambiente, mejor y sostenible aprovechamiento de sus recursos, mecanismos de compensación de sus carencias y fragilidades; e inserción eficiente en los mecanismos de integración regional y el acontecer internacional.

Venezuela, por su parte, experimenta desde hace ya mucho tiempo una profunda crisis a todos los niveles, que con diferente intensidad ha deteriorado o, incluso destruido, el tejido político, económico y social. Ello, se ha traducido en  un proceso de toma de decisiones de  política exterior que se fundamenta en tres propósitos generales: la defensa del proceso revolucionario en Venezuela; la exportación de esa revolución bolivariana utilizando los recursos extraordinarios provenientes del petróleo a otros países, en particular de América Latina; y,  la creación de una entente internacional en contra de la hegemonía  USA.

Debemos, entonces,  rescatar los valores éticos y morales de la sociedad venezolana. Luchar contra la corrupción, la inseguridad y el narcotráfico. Debemos redefinir las políticas públicas que se han puesto en práctica, puesto que nos encontramos en un país en el que no funcionan las instituciones, no hay separación de poderes, no existe estado de derecho, a la vez que el sistema de salud, de educación, de infraestructura se encuentran en una situación deplorable, por decir lo menos. Es indispensable establecer un modelo de desarrollo económico y social distinto y diferente al que se ha venido implantado para  provocar y acelerar el crecimiento económico.

Consecuentemente, hay que reconstruir al país.

En este contexto, hay que diseñar una nueva política exterior que si bien ha de basarse en la nueva realidad internacional debe sobre todo fundamentarse en la propia realidad nacional, por lo que debe ser una política exterior destinada a reconstruir el país, acoplada a otras políticas públicas destinadas a proveer mayor libertad, prosperidad y seguridad a los venezolanos,

Las características esenciales de esta política exterior serían las siguientes:
-       Debe promover el consenso, ser autónoma, soberana, orientada a la promoción del interés nacional y a la recuperación de la presencia internacional de Venezuela, con prioridad en el espacio latinoamericano y caribeño, en estrecha vinculación con las necesidades de la sociedad, y al servicio del desarrollo económico y social del país.

-       Debe estar basada en  principios y valores  de carácter ético, moral y cultural  de aceptación universal, tales como los contenidos en la Constitución Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, en la Carta de las Naciones Unidas y en la Carta Democrática Interamericana.
-       Debe respetar y hacer respetar la juridicidad democrática, entendida como la sujeción de todos los Estados del mundo a los principios generales del derecho y a la igualdad de todos frente a las fuentes generadoras de derechos supranacionales
-       Debe promover un orden internacional basado en el pluralismo ideológico, el multilateralismo,  la igualdad soberana de los estados y  el derecho al desarrollo, y en el fortalecimiento del sistema de las Naciones Unidas y de los esquemas de cooperación regionales.
-       Debe respetar y hacer valer  los tratados y otros compromisos internacionales contraídos por la República, sin menoscabo de un examen exhaustivo de todos los actuales y juicio sobre su particular conveniencia para la República.
-       Debe profundizar la integración regional como medio para potenciar el desarrollo económico y social, procurando que nuestra participación sea el resultado de una coordinación de políticas nacionales originadas en nuestras propias necesidades y concebidas en provecho de nuestras mayorías
-       Debe mantener la cooperación petrolera  y financiera regional de Venezuela hacia Centroamérica y el Caribe, de acuerdo con las capacidades y limitaciones del país, anteponiendo siempre las necesidades internas y la disponibilidad de recursos.
-       Debe hacer uso adecuado de la cooperación técnica internacional en aras del fortalecimiento de la descentralización política, y de la puesta en práctica de políticas públicas y programas sociales tendentes a mejorar la calidad de vida del venezolano.
-       Contribuir al reforzamiento de los mecanismos regionales de concertación política, dialogo y solución pacifica de conflictos, en función de los principios y valores  democráticos y de respeto de los derechos humanos.

Para su ejecución se debe emprender las siguientes acciones:
-       Rescatar la imagen internacional de Venezuela con base a la situación real del país y sus fortalezas.

-       Poner en práctica mecanismos de apoyo destinados a canalizar la cooperación internacional a favor de nuestro desarrollo económico-social, tanto a nivel del gobierno central como descentralizado, poniendo especial énfasis en los requerimientos de gobernaciones y alcaldías.

-       Establecer mecanismos apropiados que proporcionen el contacto y diálogo con la gran comunidad venezolana residente en el extranjero, con miras a facilitar su reinserción en la vida nacional y en aquellos casos que decidan permanecer en el extranjero determinar la forma y manera cómo éstos venezolanos pueden contribuir, con sus conocimientos y experiencia, a una mejor Venezuela.

-       Apoyar e impulsar mecanismos destinados a fortalecer los sistemas de protección de la democracia en el continente. En tal sentido, en la OEA se debe propiciar la creación de una Comisión Interamericana de Protección a la Democracia, que reciba relatorías e informes sobre el estado de la democracia en cada uno de los Estados miembros. Igualmente,  se debe apoyar la participación  las organizaciones de la sociedad civil en las reuniones de la OEA. Debemos impulsar la reforma de la Carta Democrática Interamericana.

-       Evaluación de los desafíos que representan los diferentes esquemas de integración, CAN, MERCOSUR y ALBA, a través de una gran consulta nacional, con miras a determinar los riesgos, ventajas y desventajas derivadas de nuestra participación en ellos. Fortalecer UNASUR y CELAC, como mecanismos de consenso entre países democráticos en busca de vías de desarrollo autónomo y sustentable.

-       Retomar las delimitaciones de áreas marinas y submarinas pendientes con Colombia y países de El Caribe.

-        
-       Revitalizar, conforme a lo convenido, la delimitación pendiente con Guyana.

-       Finalmente pero no por ello menos importante, restituir el papel rector del MRE, convirtiéndolo en el órgano central de la planificación, coordinación y ejecución de la política exterior en todas sus vertientes. Convertirlo en el gran facilitador de la gestión internacional de la República, por lo que es fundamental  crear un nuevo Servicio Exterior, sin partidización, ideologización y militarización,  basado en los méritos, a fin de contar con una institución profesional y eficiente. Ciertamente, habrá que dotar a las misiones diplomáticas de Venezuela de los recursos necesarios, tanto humanos como materiales y tecnológicos, para poder realizar las funciones propias de una diplomacia de Estado.





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